Rubicon: la paranoia del perseguido

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Enigmas, acertijos y manipulaciones varias son los condimentos con los que se cocina la serie Rubicon, que se estrena en I-Sat. Por Pablo Conde

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Si hay algo que deberíamos haber aprendido como espectadores televisivos, a esta altura, es que no hay nada mejor que encontrar una serie que plantee enigmas lo suficientemente poderosos como para engancharnos del cuello. Ese es el punto de partida de Rubicon: enigmas proyectados a la enésima potencia, desde acertijos puntuales hasta intrincadas líneas argumentales, con la firme decisión de dejarlos cocer a fuego lento.

Al comienzo del segundo episodio, nuestro protagonista, Will Travers, está parado al borde de la azotea de un edificio. El límite está allí, claro y duro. Abajo, la vida normal transcurre y discurre por las calles de una poblada ciudad. Esa vida normal, ya inalcanzable para Will está muy lejos de la azotea que representa más pérdidas que ganancias: primero su mujer y su hija –fallecidas en las Torres Gemelas–, ahora su suegro, jefe y mentor, el hombre que lo invitó a formar parte de un equipo de inteligencia gubernamental. Will es un sagaz analista, elegido como sucesor de quien lo convocó, que antes se caracterizaba por saber “leer” potenciales crisis, descubrir información clasificada y relacionar un universo de infinitos referentes para armar reportes de situación. Pero eso cambió, ahora que Will es jefe. Ahora se debe imponer ante sus compañeros, esquivar aún más los avances de su secretaria y codearse con sus jefes, cuyas acciones pueden ser, cuanto menos, objetables. Los enigmas comienzan con una serie de crucigramas que parecen tener cierta conexión, pese a haber sido publicados en distintos diarios. Acto seguido, su jefe fallece en un extraño accidente ferroviario y Will recibe la noticia de que será su reemplazante. A la par, un hombre poderoso se suicida, dejándole muchas preguntas a su viuda y un trébol de cuatro hojas en el escritorio. Al terminar ese segundo episodio, nos enteramos cuánto sustento tiene la paranoia de Will, allí, arriba de la azotea.

Con la información dosificada con la certeza de tener algo importante entre manos, Rubicon basa su universo entero en la paranoia: alguien nos sigue, alguien nos manipula, no somos más que títeres de una obra en la cual el libreto no sólo nos es vedado, sino que su existencia nos es negada. La ecuación, abiertamente basada en películas como Los tres días del cóndor (Sydney Pollack, 1975), es simple: una pizca de conspiración gubernamental, un puñado de hombres que lo saben y lo ven todo y un protagonista que deberá ponerse al nivel de las circunstancias, franqueando sus propios valores morales y el horror causado por el saber que “ellos se esconden a simple vista”. El resultado es bastante interesante: una serie que se toma sus tiempos, ahondando en las complejas relaciones entre sus personajes y una cuidada construcción de climas, mordiéndose un poco la cola a sí misma al demostrar su propios mecanismos, excluyendo a buena parte de su potencial público por su decisión de contar poco. Quizás esto fue lo que precipitó su temprana cancelación, coincidiendo con el último capítulo de su única temporada.

Vale la pena sumergirse en Rubicon, dejarse atrapar por ese entretejido de enigmas y saberse perseguido, aunque la paranoia no esté bien vista. Series como esta son la forma que tienen ellos de hacernos sentir más seguros, creyendo que es sólo ficción…

Trailer
Los domingos a las 21 por I-Sat.

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