Scott Pilgrim y su creador

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En 2004, el historietista canadiense Bryan Lee O’Malley comenzó a publicar la saga de Scott Pilgrim. Seis libros y mil doscientas páginas más tarde, con este héroe tan de videojuego de pelea vuelto fenómeno mundial, su creador dijo “Game Over”. Pero todavía quedan algunas vidas extras: la película Scott Pilgrim vs. The World y la edición local de los dos primeros libros. / Por Juan Manuel Domínguez

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Como esos cartuchos de Family Game que ilegalmente albergaban cientos de mundos y niveles diferentes pero texturados con el mismo mapa de 8 bits cultural, así funciona Scott Pilgrim: todo se puede jugar o continuar en cualquier instante. Sea la unión sincera y levemente autobiográfica entre el estilo de dibujo manga de su creador Bryan Lee O’Malley y la vida a la John Hughes en Canadá, cierto uso generacional de la cultura de perdedores pop y las luchas del Street Fighter (o cualquier otro fichin One on one de influencia y diseño nipón), sea la veta romántico indie del veinteañero Scott Pilgrim intentando enamorar a la ultracool Ramona Flowers, sea la dinámica Billy Wilder y Flash de los diálogos cancheritos y absurdos entre nuestro protagonista y su pandilla, sea el duelo en clave videogame contra los ex novios de Ramona, todos juegan su parte para lograr esa alquimia conmovedora.

Scott Pilgrim funciona en los cómics como Miranda en la música: amalgamando con lujuria juvenil formas, géneros, discursos, sonidos previos y apelando de forma bifurcada tanto a una generación que se está gestando como, de forma endogámica, a cualquiera que en su vida haya visto: un videojuego, una comedia romántica, un cómic de superhéroes o manga Dragon Ball. O todas las anteriores más Seinfeld, cualquier historieta shonen, cualquier film de Hughes. O’Malley: Scott Pilgrim no tiene género. Al menos yo lo concibo de ese modo. De hecho, las referencias pop, tan celebradas o usada a la hora de definir a Pilgrim, no son forzadas: aparecen en la historia de una forma sutil y creo que quienes no pueden decodificarlas no empiezan a rascarse la cabeza”.

“Scott Pilgrim es el mejor libro jamás hecho. Es la crónica de nuestros tiempos. Pero con kung-fu, así que sí: perfecto.” Quien dijo esto es Joss Whedon, padre de maravillas varias, pero principalmente de la serie de televisión y cómic Buffy, la cazavampiros. Sus palabras develan un link medio oculto: así como Buffy, la cheerleader karateca devenida Van Helsin, alteró modelos de heroísmo efervescente en los noventa, Scott Pilgrim lo hizo una década más tarde. Si Buffy fue la Spiderman de los noventa, Scott Pilgrim es un hombre araña modelo 00: el superhéroe que sale antes que de Krypton del núcleo de nuestro zeitgeist. En su inmadurez, en su divertida idiotez, en su sentir barroco, en su capacidad de pelear como un personaje de fichín, Scott Pilgrim no marca una renovación del género. Ni ahí: es la capacidad de los cómics de ocupar un espacio, uno burbujeante, donde todo puede pegarse en el mismo lugar: El Che, Scott, el amor intenso sin cinismo, el melodrama rosita –teñido de rosa, así, asquerosamente sexy, como Ramona Flowers–, Neil Young, el Ninja Gaiden (principal referente fichinero del asunto segun O’Malley), The Shins, la autoconciencia y el cinismo general a la hora de los relatos y así sigue la lista de ex y actuales cosas por las que daríamos, sino la vida, al menos un par de fichas. O’Malley: “Si dibujara superhéroes, serían como Scott Pilgrim. Nada de salvar el mundo sino que ellos serían mundanos en su forma de andar y sus preocupaciones. No tendrían calzas de colores, ni serían marcianos… Scott Pilgrim no tuvo que trabajar para ser un superhéroe, simplemente lo es. Esa forma de la cultura, de la fantasía del deseo cumplido, a veces me deprime un poco”.

Nivel a nivel, desde aquel primer volumen de 2004 Scott Pilgrim, que sucedía al fracaso de O’Malley con Lost at sea, devino hit editorial, un pequeño imperio, castillo diría el Mario Bros, que llegó al cine en Scott Pilgrim vs. The World, cuya edición local en DVD, aunque anunciada, todavía no tiene fecha precisa. O’Malley: “Siempre supe que quería dotar a todo Pilgrim de un aire a videojuego, sobre todo en su estructura. Además, quería hacer un cómic de piñas, porque creo que los cómics hacen eso como pocos medios. Mi mujer, en aquel momento mi novia, me contó que había tenido en diferentes momentos de su vida tres novios llamados Matt. Me causo muchísima gracia la idea. Supongo que de ahí viene el concepto de pelear contra ex-novios y la estructura de la historia. Pero algo muy importante fue el libro Incluso un mono puede dibujar Manga, de Koji Aihara y Kentaro Takekuma (Koji Aihara y Kentaro Takekuma). Justo empezaba a dibujar y el capítulo sobre shonen manga me abrió un mundo nuevo”.

Bautizado en honor a una canción de Plumtree, el personaje de O’Malley siempre quiso ser leído bajo la lupa autobiográfica (eterna achicharradora de grandes relatos y pasto donde muge demasiada historieta independiente del norte), pero el mismo autor le pega el Reversal a esa idea. Ahora que la aventura Pilgrim cerró su vida, que el film fue estrenado y fue un fracaso (comercial, porque en términos cinematográficos tiene una vida extra); ahora que hay un fichín Pilgrim y que se viene un tsunami de merchandising, O’Malley asegura que no piensa continuar con truchadas fenicias como una precuela o una secuela: “Estaba harto de dibujar a Pilgrim. De hecho, puedo parafrasear a Hergé hablando sobre Tintín: ‘En estos momentos mi trabajo me enferma, Tintín hace rato que no me representa. Y crearlo me demanda un esfuerzo colosal. Si Tintín continúa vivo es por una especie de respiración artificial que debo llevar a cabo constantemente y que me deja exhausto’”. Game Over entonces para el juego más sentido que la historieta dio, y solo podría haber dado, en la primera década del milenio en el que los videojuegos ya no son novedad sino una forma de ver, querer, pelear y descubrir niveles secretos en el mundo. Y en los cómics.

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Scott Pilgrim, su vida y sus cosas (Vol. 1)
Scott Pilgrim contra el mundo (Vol. 2)

(Random House Mondadori)