“La sed”, de Hernán Arias

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El escritor cordobés se monta sobre una consciencia infantil para hilvanar un relato hipnótico de formación rural. / Por Lucas Mertehikian. Foto Sara Paoletti.

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Con La sed, Hernán Arias ha logrado armar una novela limpia y cargada a la vez. Limpia de sentimentalismos, ingenuidad, artificios, poses; cargada de emotividad, imágenes, ecos. Construida en torno a un narrador infantil (con todos los riesgos que eso implica), Arias escapa a los lugares comunes que en general esa forma de percepción trae consigo. La doble condición de prosa limpia y cargada se traduce en una puntuación bastante particular, que resulta en párrafos muy largos hechos de oraciones bien cortas. Esta especie de combinación de una sintaxis micro y otra macro, contrapuestas, permite a la narración una fluidez extraña. Abunda en descripciones minuciosas, pero como confía más en las acciones que en lo que sus personajes puedan decir acerca de ellas, el lector entra en la dinámica del relato sin esfuerzo.

Novela de formación rural, La sed recopila cinco episodios en la vida del narrador que siguen una progresión cronológica lineal: una cacería, una tala de árboles, las carreras de caballo del pueblo, una visita de un tío recién divorciado y un asado. Se trata de pequeñas excursiones del yo al exterior –del territorio– y al interior –de la familia–. Esos dos espacios, campo y familia, forman el radio que da la medida del círculo dentro del que narrador y personajes se mueven. El centro es inestable: a veces es el paisaje; otras veces, el padre; al final, el tío.

El yo que narra sigue de cerca ese centro móvil, como si no pudiera alcanzarlo nunca. Su relato minucioso mezcla acciones mínimas con brevísimos destellos de conciencia. El lector tiene la ambigua sensación de estar situado dentro de una mente casi vaciada de prejuicios, una tabula rasa sobre la que el ambiente va dejando sus huellas. Pero, al mismo tiempo, la voz narrativa es tan clara, tan distinguible, que da la impresión de ser una monada sin ventanas. Esto se nota en los poquísimos cortes de párrafo, casi siempre dados por la intervención oral de algún personaje. Esas frases ajenas funcionan como cuchillos que cortan el hilo hipnótico de esa conciencia en proceso, obligando el salto de línea. En cuando al tratamiento del lenguaje, su ritmo y densidad, el trabajo con la omisión es tan efectivo como podría serlo: las palabras valen por ellas mismas y por las que no están. Su limpidez carga a La sed con la potencia, más que de lo no dicho, de lo indecible.

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Hernán Arias

La sed

(Entropía) 120 páginas.