Demasiada felicidad, de Alice Munro

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Ya cerca de cumplir ochenta años, Alice Munro es una de las escritoras más extraordinarias de nuestro tiempo. Uno de esos milagros editoriales que se dan muy cada tanto hizo que desde hace un par de temporadas comenzara a llegar a la Argentina un libro tras otro de la canadiense, revelándonos en toda su plenitud lo que hasta entonces era prácticamente un rumor al que sólo tenían acceso unos pocos. Basta con leer el primero de los relatos de Demasiada felicidad para intuir que otra vez ha sucedido: el libro es igual de bueno que los anteriores, y quizá incluso mejor.

Munro forma parte de ese reducido grupo de escritores para quienes el cuento no es un campo de prueba ni una plataforma que los deposite en la novela. Por el contrario, si bien ha coqueteado con estructuras más largas, es evidente que su reino es el del relato, por cierto no demasiado corto: entre treinta y cuarenta páginas. Allí desarrolla sus mejores armas, provocando en el lector –sin embargo– una sensación novelesca, en el sentido de haberle contado toda una vida a través de unos pocos episodios y de hacerlo cargar con el peso emocional del que, por lo general, carecen libros diez veces más extensos. A no confundirse: Munro detesta los fuegos artificiales. Si logra familiarizarnos con sus personajes como si los conociéramos de toda la vida es porque aplica a rajatabla la técnica de la cebolla, es decir: escarbando y escarbando, una capa tras otra, a sabiendas de que el último velo no debe ser corrido para que el misterio no se desvanezca.

A pesar de ello, en lo estructural se aleja de esa puesta en escena tan norteamericana –y notable, cuando no se ven los hilos– en la que sólo observamos a los protagonistas durante un breve lapso; lo más importante, podría decirse, ya ha sucedido o está por suceder. En Munro no: hay un pasado que justifica el presente, hay un presente que jamás se detiene pero que parece construido en puntas de pie, y por supuesto hay un futuro que empieza a tener sentido o que, fatalmente, lo abandona para siempre. Se nos cuenta casi toda la historia, pero la suerte de continuo fragmentado en que se va desplegando lo anecdótico tiñe cada momento de una intensidad infrecuente, y a menudo desoladora.

Demasiada felicidad es, sí (en esto hay novedad), uno de los libros más desgarradores de su obra. Luego de haber declarado que dejaba la escritura, arremetió con este conjunto de relatos que roban el aliento, como si el esfuerzo de contradecir su decisión de retirarse sólo se justificara en pro de contar historias definitivas, de una realidad abrumadora. Lejos del efectismo viril de muchos de sus contemporáneos –incluso mujeres, caso Amelie Nothomb–, Munro jamás se planta a narrar una tragedia, sino que comprende la tragedia como un elemento constitutivo de la vida. No necesita ensombrecer lo que ya es sombrío, a la vez que ilumina a cada paso los incansables devaneos de sus personajes para acompañarlos al mejor lugar posible.

El símbolo de esa búsqueda, más bien de esa práctica religiosa, puede hallarse en el relato final del volumen, en el que Munro sigue los últimos movimientos de su heroína –a la manera del Carver de Tres rosas amarillas detrás de Chéjov–; el título, que también es el del libro, carece de ironía, y en cambio nos acerca a esa tristeza melancólica con la que suelen dialogar los escritores que están más allá de toda lógica.

José María Brindisi

Lumen. 336 páginas. Traducción de Flora Casas.