Medianoche en París

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Algunas películas auguran un éxito desde los primeros minutos, aun desde los momentos previos a su estreno mundial. El caso del último film de Woody Allen fue curioso. Porque nada hacía presagiar esta victoria impensada, sobre todo porque a esta altura se hace difícil recordar cuál fue la última película de su autoría que consiguió sacudir la taquilla –esto sin tener en cuenta la calidad del título en cuestión. Pero en el caso de Medianoche en París, el desafío fue particularmente arduo porque además venía precedida por un trailer que hacía esperar lo peor, con una reputación de pura película de gala que cobra valor por el solo hecho de contagiarse de las luces que ofrece la alfombra roja de un festival como el de Cannes –donde la película funcionó como título de apertura– y por una sospecha de oportunismo relacionada a la presencia (desde luego fugitiva) de la esposa del Jefe de Estado del país de recepción. La gran astucia de la película es hacer añicos esos juicios a priori con una impresionante secuencia-epílogo llevada a cabo en planos fijos en los sitios más turísticos de la capital francesa. En un diaporama orgullosamente irónico, Woody Allen encadena una vista de la Torre Eiffel, de la plaza Vendôme, del Arco de Triunfo, del Sacré-Coeur, de la plaza de la Concorde, como si se tratara de agotar a la vez, al excederlas, la fuerza cinematográfica pintoresca de París y la amenaza de acusaciones críticas contra una película supuestamente concebida como un producto turístico. Con esta introducción, cuya duración tiene algo de radical y de ofensivo, Woody Allen saca ventaja: Medianoche en París no es entonces un cine de postal, sino una película sobre las postales.

El roce entre la ilusión idílica de una ciudad y su realidad es exactamente el tema de Medianoche en París. La ilusión de París para el guionista en crisis que interpreta Owen Wilson, con el encanto inalienable que le conocemos, es la de los años veinte, cuando la capital francesa alojaba a todo lo que el planeta tenía de vanguardias artísticas: de la pareja Fitzgerald a Cole Porter, de Picasso a Braque, de Cocteau a Buñuel, pasando por Hemingway. “París es una fiesta”, escribía entonces este último. Esta fantasía de un artesano hollywoodense en busca de reconocimiento artístico choca con otro París: aquel, real y contemporáneo, de hoteles pomposos para extranjeros ricos, del turismo de lujo, una ciudad poco a poco transformada en galería comercial de hall de aeropuerto. En este museo invadido de modo guerrero por la arrogante novia del guionista, sus padres republicanos y su pareja de amigos pedantes, todo se consume y se visita pero nada se vive. Entonces la película prepara una sorpresa, que sería cruel revelar, desplegando un horizonte a la fantasía de un París de leyenda, de repente acogedor para los caminantes de turno listos a esperar las doce campanadas de la medianoche.

Woody Allen encuentra ahí su vena más lunática, la de La rosa púrpura del Cairo o de Alice, hecha de papelitos de colores y polvos mágicos. La fantasía despega, roza a veces el éxtasis cuando todos los artistas del siglo empujan en la puerta de una gran fiesta transhistórica. Las actrices francesas bailan el vals y se suceden, filmadas como monumentos turísticos, de igual a igual con la Torre Eiffel: la cantante-esposa del presidente (Carla Bruni, discreta), la estrella mundial con glamour retro (Marion Cotillard, excelente), la joven musa del cine de autor (Léa Seydoux, más conmovedora y erótica que nunca). Algo del estilo Minnelli atraviesa este Brigadoon parisino, en el que sueño y realidad se trenzan en una batalla campal. Con gran destreza retórica, Woody Allen señala la vanidad de todas las fantasías, la ilusión y los trompe-l’oeil de aquello que se construyó como leyenda y jamás existió. Pero vivir en la nostalgia de las leyendas es siempre preferible a renunciar a las utopías, a la monótona aceptación de lo que dicta el presente. La película se encamina hacia una resolución razonable, donde sueño y realidad encuentran finalmente un terreno armónico. / Jean-Marc Lalanne

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Medianoche en París (Midnight in Paris)

De Woody Allen

Con Owen Wilson, Marion Cotillard y Rachel McAdams